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Los primeros sábados del mes eran los días favoritos de Abbie, porque eran en los que solían llegar los encargos que hacía para la tienda. Repiqueteó los dedos sobre la mesa de la cafetería, apurando el contenido de su taza de café al ver que ya había movimiento en la oficina postal. Llevaba esperando cerca de veinte minutos, allí en la alejada estación de trenes, para retirar lo que le hubiesen enviado, sonriendo por la ansiedad. Echó un vistazo al reloj, ocho y treinta y un poco más. Había dejado en la puerta de la tienda el cartel de vuelvo en cinco minutos, que era una mentira porque, como ya dije, llevaba en la estación cerca de veinte minutos. Pero era más que nada un aviso para Lincoln y Ziggy, por si llegaban y no la veían. Que en realidad la tienda quedaba abierta, cualquiera podía entrar, mas a eso sólo lo sabían los que trabajaban allí.

Cuatro cajas y un paquete eran lo que había entrado para sustentar el mes de noviembre, que podía parecer poco, pero para Book Worms bastaba. Más teniendo en cuenta que las ventas de octubre no habían sido exactamente abundantes. Mientras conducía por la Mayflower pensaba en que quizás era hora de otra feria de descuentos, a lo mejor podía deshacerse así de tantos libros que nadie parecía querer. Sí, se lo plantearía a los chicos, ellos de seguro tendrían alguna idea o algo que decir. Estacionó, bajando todas las cajas y dejándolas apoyadas sobre la vereda. Ella era una sola, y no lo suficientemente fuerte como para cargar más de una por vez, por lo que tendría que hacer varios viajes de ida y vuelta a la tienda. No le molestaba en absoluto, pero mientras realizaba el primero se le ocurrió que podría haber estacionado un poco más cerca. Dejó la caja a un lado de la puerta, girándose para quitar el cartel que indicaba su ausencia y cerrando la puerta tras ella al salir nuevamente. Había una notable diferencia de temperatura entre Book Worms y el mundo exterior, y Abbie deseaba que así se mantuviese.

Regresó a la tienda con la última caja en manos, llevándose un buen susto al ver una figura masculina parada allí. Figura que no estaba minutos atrás cuando salió y que reconoció casi enseguida. — ¡Robbie! ¡Hola! — saludó, dejando la caja sobre la pila que había armado. Se quedó con el paquete en la mano, y lo llevó hacia el escritorio donde estaba la registradora. — ¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó mientras caminaba. Se sacudió las manos como si se las estuviese limpiando entre ellas. Acto seguido se quitó el abrigo, yendo a colgarlo del perchero que tenían en la habitación que hacía de depósito. — ¡Ziggy aún no llegó! — dijo desde allí, al ocurrírsele que quizás había ido a buscar a su amiga. Aunque era un poco temprano, Abbie siempre había tenido la idea de que el muchacho era del estilo que dormía cuando el sol estaba fuera.