Movie night — Asia.

SÁBADO, 19:30H — RESIDENCIA HARRISON — ELLA.

Los segundos escasos que Asia tardó en responder a su mensaje se hicieron eternos para un Lincoln ansioso que estaba en su dormitorio, sentado en el suelo, ante los revueltos apuntes de Historia. Sus padres habían salido de viaje el fin de semana y Meg se quedaba en casa de una niña de su clase porque los Harrison no creían que su hijo mayor fuera capaz de cuidar de una cría de ocho años. En otro momento se habría sentido ofendido por la falta de confianza, pero después pensó que era la ocasión perfecta para invitar a Asia a casa y ver una película juntos. Sería absurdo tener más pretensiones, pero Link soñaba con los ojos abiertos y ella era la protagonista principal; además, Megan adoraba a la chica y si hubiera estado en casa habrían terminado viendo Frozen con la pequeña sentada entre los dos. Afortunadamente, eso no pasaría. Y no, tampoco iba a avisar a Otis tal y como le había dicho a la chica. Ya se inventaría algo después.

Se apresuró a bajar corriendo las escaleras. Sus padres se habían ido esa misma mañana, lo que quería decir que Link había comido en la sala de estar, algo terminantemente prohibido cuando ellos estaban en casa. Llevaba solo unas cuantas horas y ya parecía que había pasado un huracán por la siempre ordenada casa de los Harrison. Recogió todo lo que pudo, adecentando un poco el lugar para que Asia no quisiera huir espantada. Escogió unas cuantas películas de su amplia colección de DVDs y las dejó sobre la pequeña mesa que se situaba frente al sofá, para dejar, como buen caballero, que fuera ella quien eligiera qué ver. No pudo resistirlo y le envió un mensaje a Otis para decirle cuál era su plan para esa tarde-noche. Su amigo era el único que sabía de su enamoramiento, así que esperaba que si Asia le preguntaba por qué no había ido a casa de los Harrison tuviera una buena excusa preparada.

Había terminado de ordenar un poco todo, cuando sonó el timbre y Lincoln se precipitó a la puerta, tropezando con uno de los peluches de Meg que recogió del suelo. No había podido recoger su dormitorio, pero ni en sus mejores fantasías Asia subiría arriba, así que no le dio importancia. Abrió la puerta, todavía con el oso de peluche de color rosa en su mano izquierda. —¡Hola! —saludó con su habitual efusividad, haciéndose a un lado para permitirle que entrara en casa.