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Teagan A. Seaver

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Teagan A. Seaver Empty Teagan A. Seaver

Mensaje por Teagan A. Seaver 30.01.15 23:28



SEAVER, TEAGAN A.
ROSAMUND PIKE




NOMBRE COMPLETO: Teagan Abigail Seaver.
APODOS: Abbie, Teg.
EDAD: 41 años.
ORIENTACIÓN SEXUAL: Heterosexual.
OCUPACIÓN: Propietaria de Book Worms.
IDEOLOGÍA: Farrimond.

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
FLYING ALL AROUND, NEVER LOOKING DOWN
Es de la clase de personas que no cambian ni aunque le pasen treinta y tres catástrofes por encima; si la conociste antes, entonces la sigues conociendo ahora, con Abbie no hay mucha vuelta al caso. La que era a los diecisiete es la misma de los cuarenta y uno. ¿Y cómo es ella? Bueno, para empezar, siempre fue de andar ligero, esto es, sin atarse mucho a ningún lugar ni a nadie. De tintes realistas-negativos, el optimismo nunca fue aliado suyo. Es decir, soñar no le cuesta nada, pero sabe que el mundo real es un cuento distinto y que algunas cosas no pueden controlarse. Valiente, atrevida, corajuda, no cualquiera toma un tren y se marcha, no cualquiera compra una librería porque sí. ¿Temor a lo desconocido? Nunca, y es que Abbie ha leído y visto tanto que considera que está preparada para cualquier cosa.

Tiene un carácter que es difícil de definir, porque a buenas y primeras es una persona simple, dulce, que te sonríe si se da cuenta de que la estás mirando —aunque no te conozca— y te pregunta qué tal todo. Pero eso se acaba donde comienza su firmeza, que con la misma mano con la que da de comer pone los puntos. Una mujer de negocios, si se quiere, será amable y adorable, pero no te dejará que la pises. ¿Ha tenido problemas con esto? De adolescente sus padres le decían que así terminaría sola, que la vida era más dar que recibir. La vida es respetar, piensa Abbie, y respetar no significa dejar que te tomen por tonta. Que puede parecerlo a veces por sus maneras, pero no lo es.

Gentil, de buena educación, no es de los vendedores que te ignoran, todo lo contrario. Si entras en la tienda y los demás están ocupados, Abbie saldrá de detrás de la caja y te recibirá con una sonrisa, preguntándote si puede ayudarte, y lo mismo espera de sus empleados. De afuera se la ve relajada mientras que por adentro su cabeza es un alboroto que sólo piensa en lo que falta hacer. Se estresa por todo y por nada. Un pedido que no llega, el minuto que está retrasada para abrir la tienda, la diminuta mancha que hay en el techo. Y si no tiene nada por lo que preocuparse, entonces planea cómo mejorar lo que tiene.

No es maliciosa porque simplemente es incapaz de desear el mal a alguien, de causarle mal a alguien. Sí, suelta tacos e insultos hacia las personas que con vulgar marinero no alcanza para describir lo que parece. Pero no lo otro, porque puede ser apática y hasta cínica, mas no mala. Está en una etapa de su vida en la que ya todo está prácticamente resuelto, por lo que la amargura y el sentimiento de derrota le duran poco, poquísimo, no hay nada que una taza de té o un trago no puedan arreglar. Sensible como cualquier aficionado a los libros y películas, de la clase que pone pausa porque sus propios sollozos no la dejan escuchar con claridad. Y peor si se trata de libros, que tiene que dejarlos en la mesita una semana para superar lo que acaba de leer. Le gusta reír, ¿a quién no? Así que prefiere la presencia de los que son easy-going, los que no se preocupan, porque verdaderamente cree que esas vibras se transmiten y le alivian un poco la existencia.

Se arrepiente de muchas cosas, a veces hasta se arrepiente de todo. De haber tenido la oportunidad, más de una vez hubiera vuelto y deshecho sus acciones. Hay noches en las que despierta de repente pensando en que nunca debería haberse ido, y es que la soledad la mata. Es decir, tenía una pareja seria, ése era su destino, Abbie lo sabe. Y aún así se fue, y ahora vive con las consecuencias. ¡Ya tiene 41, por el amor de Dios! Si no encontró a nadie hasta el momento es porque otro no hay. Sin embargo, esta situación le ha enseñado las muchas formas de amar que hay, porque a la hora de irse sólo tenía en mente la idea del romanticismo, de tener una familia. Abbie ama, quiero que quede claro, ama en desmedida porque está desesperada por sentir que alguien también la ama. Ama a sus amistades, a su familia, a su tienda, a su pasado, hasta a sus empleados, si se lo preguntan en un día en el que la soledad la golpee a palazos. Así que todos los gestos de afecto son bienvenidos, gracias.

BIOGRAFÍA PERSONAL

De lo que vale la pena destacar de su infancia, podemos decir que nació un 18 de noviembre, hace 41 años, nada menos, en Holywell City. Hija mayor de tres hermanas, Abbie —o Teg, como le llamaban por aquel entonces— creció siempre con la idea de tener que dar el ejemplo a las menores, por lo que se esforzó mucho en sus años de estudiante para tener buenas calificaciones. Llegó a formar parte del equipo de voley femenino, aunque no sería por ella que ganarían los partidos. No, Abbie sabía jugar, pero tener talento es otra cosa. Se graduó del instituto con reconocimientos por ser aplicada, festejó con sus compañeros de clase, con quien por aquel entonces era su pareja, con sus amigas. Y a la semana siguiente ya no estaba, así de fácil. Nunca le había contado de sus planes a sus padres, quienes le insistían con que sería una arquitecta brillante, que aquello era lo suyo. Nunca se lo mencionó a sus amigas tampoco. Sólo a una persona se lo dijo, él, que no se puede decir que le haya agradecido el gesto. Para Abbie fue tan fácil como dejar una carta en casa, tomar el primer tren de la mañana a Londres y no mirar hacia atrás.

Su partida fue más planeada de lo que algunos pensaron; llevaba ahorrando tres años, tres años de mesadas y trabajos a medio tiempo por toda la ciudad. Era lo suficiente para alquilar un lugar donde vivir en un barrio poco recomendado y sin darse ningún gusto, pero a ella le bastaba con eso, no necesitaba más. Los primeros once meses los pasó mal, para qué mentir. Aceptaba trabajos donde los encontraba, el horario era exigente y la remuneración poca. Pero se sobrepuso a eso hasta que dio con lo que había ido a buscar en primer lugar. Abbie siempre había tenido admiración por la moda, le fascinaban los desfiles, los diseñadores, ¡quién pudiera vivir de aquello! Y logró hacerse un hueco en tamaña industria casi que por suerte. Era alta, delgada y tenía un buen rostro, el resto era cuestión de práctica. Firmó con una agencia de poco nombre y allí comenzó.

No, nunca tuvo fama, tampoco la buscaba. Le bastaba con tener la oportunidad de ponerse un vestido como con los que siempre había soñado y caminar en una pasarela. Eso y estaba realizada, no necesitaba nada más en la vida. Los cheques comenzaron a llegar, aumentaron sus ingresos, y cualquiera hubiera pensado que se habría ido a algún lugar mejor, pero se quedó en el mismo departamento deplorable y se dio el gusto de hacerlo un poco más acogedor. Sólo un poco, porque no era su plan quedarse allí para siempre. No, ella soñaba con volver a Holywell, por raro que parezca. Ése era su lugar en el mundo y allí volvería, sólo era cuestión de tiempo. Nunca hizo sesiones fotográficas; no se dio la oportunidad ni tampoco le interesaba. ¿Logró firmar contrato con alguien importante? Se llena de orgullo cuando piensa que Burberry la eligió dos veces y Alexander McQueen una. Para ella, que venía de una ciudad como Holywell, eso equivalía a dar la vuelta al mundo. El resto del tiempo se mantuvo en Inglaterra, yendo en una única ocasión a Madrid y a Cardiff.

Decidió que había tenido suficiente de aquello al cumplir los 27 años. El trabajo ya no era tan abundante debido a su edad, hasta le parecía que la contrataban únicamente porque había logrado conservarse mejor que otras. Y quien la vea lo piensa, que pareciera que duerme en formol o algo, porque los casi 42 no se le notan. Volviendo al tema, que sí, que Abbie se daba cuenta de que su tiempo allí ya había terminado. Era hora de volver a casa. Y así como llegó un día a Londres, de Londres se fue. Para el mediodía ya se hallaba en Holywell y qué decir, diez años parecían una eternidad. Todo era distinto; las calles, las personas, todo. Y no, no podía decir que era ella la que había cambiado, porque la Abbie que había vuelto era la misma que se había ido. El mundo había seguido su rumbo cuando ella esperaba de todo corazón que no lo hubiese hecho. Soñaba con volver, que sus padres la recibieran, que él la esperara, que todo estuviese en pausa mientras se ausentaba. Pero no, sus padres estaban más que resentidos —sus hermanas no tanto— y él tenía una familia. Y ella no tenía nada, porque bien podría haberse ido a bucear al Caribe, que el mismo provecho habría sacado. Sólo dinero, una buena cantidad que había ahorrado, porque sí, Abbie tenía la costumbre de pensar a futuro. Alquiló un modesto departamento en la zona Farrimond, la zona que la había visto crecer y marcharse, y se estableció allí, consiguiendo trabajo como niñera al poco tiempo.

Tres años después de su regreso, se enteró por amistades que los dueños de Book Worms planeaban vender la vieja librería. ¿Lo pensó dos veces? No, fue lo único espontáneo que alguna vez hizo, a decir verdad. Sacó todo lo que tenía ahorrado, pidió prestado a sus hermanas y fue a por lo que quería. Así fue como pasó a ser la propietaria del local, del que se encarga desde entonces. Al día de hoy, doce años después, se sienta con su taza de té detrás de la registradora y sonríe, porque tener el negocio es algo que jamás se imaginó.

OTROS DATOS

≈ De adolescente todos la conocían como Teg, apodo con el que se metió en el mundo de la moda. Al regresar, sin embargo, optó por presentarse con su segundo nombre y pedir que le digan Abbie, pues —y esto no lo dirá en voz alta— Teg es como él le decía, y le duele pensar que lo perdió por un capricho.

≈ Al adquirir Book Worms y hacer las refacciones necesarias, acomodó el negocio del mismo modo en el que estuvo acomodado desde su apertura. ¿El motivo? Es lo único que, a sus ojos, no cambió con el tiempo, y le gusta pensar en el como su burbuja personal. Introdujo los CDs, sí, es cierto, pero aún mantiene el espacio de los vinilos intacto.

≈ Está al tanto de los autores que pasan cerca de Holywell para convencerlos de conocer la ciudad y hacer firmas de libros, Meet&Greets y demases.

≈ Si hay un vicio que se le pegó al estar en Londres, ése es el cigarrillo. Y no es que sea adicta, fuma uno o dos por día e incluso hay días en los que no los toca.

Teagan A. Seaver
Teagan A. Seaver

Libras : 14

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Mensaje por E. Otis Fitzgerald 30.01.15 23:39

FICHA ACEPTADA
¡Bienvenida a Holywell City! Y a no despedir más empleados Teagan A. Seaver 2501721906

E. Otis Fitzgerald

Libras : 191

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